12/01/2004
Hoy… Hizo frío.
Sé lo impropio que es de mi parte: no suelo escribirte. Es más, el acto de escribir a puño y letra se me antoja arcaico, lejano. Una memoria infantil de esas que recuerdas con cierto cariño y añoranza. Pero siento que es más apropiado en todo caso: es más cálido y personal que una fría, dura, pura, máquina de escribir Erika 6 (mis favoritas incluso ahora, ya sabrás) imprimiendo con dureza los caracteres en una hoja. Te escribo porque realmente extraño observarte. Admirar tus facciones desde el amanecer hasta el atardecer era y sigue siendo mi pasatiempo predilecto para mis tiempos libres.
¿Me permites divagar un poco, querido? El día de hoy he tenido uno de esos interrogatorios por parte de esta agencia. Esos… Ah, no te lo he contado. Hace demasiado que no nos comunicamos o vemos de forma apropiada: siempre es durante el trabajo, lanzándonos miradas, pequeñas palabras o gestos. Aspirar a más nos pondría en una situación complicada. Me duele tanto…
Bien, luego te contaré mis idas y venidas en la prisión que mis captores aventuran a llamar "trabajo".
Vamos desde el inicio, ¿sí? Esto se puso muy desordenado y solo me dieron dos hojas para escribir.
Hoy hizo frío. Me sentí como en casa mientras iba a visitar a mis pequeñas mascotas. Estaban ansiosas porque no fui a jugar con ellas la semana pasada, así que empezaron a morder las paredes y a pelear con los cuidadores. Jugué, corrí y peleé en broma con ellos. Son un encanto de reptil de 3 toneladas, te lo juro. Sin embargo parece que a mis empleadores les desagrada el vínculo que tengo con mis preciados pseudodragones: me encerraron y acribillaron a preguntas, como de costumbre.
Realmente me pone ansioso. Podrían sacarme del proyecto con la tranquilidad con la que alguien se toma un té, y no admitir que lo odio sería mentirte, amado mío, y yo nunca te miento. No es que no esté agradecido por esta oportunidad, tan extraña e impropia para un prisionero como yo. Solo desearía un mínimo de respeto básico.
Fuera de eso, el día estuvo estupendo. Una vez volví a mi celda solo pude pensar en ti. En serio te extraño. La próxima vez que nos veamos trataré de hacer lo imposible solo para poder darme el lujo de dejarme caer por esos pozos sin fondo que tienes por ojos; esa nebulosa interminable que parece desentrañar hasta el secreto más profundo del cosmos. Siempre tuviste una visión más amplia. Te amo.
~ Ludwig
12/02//2005
Hoy… Hizo calor
Quería disculparme de forma apropiada contigo (lo sé, voy al grano como de costumbre). No hablarte por cosa de un año y volver a tus brazos, tomando tu cuerpo y jurando lealtad a tu corazón por sobre todo, nada más para irme poco después… Sabes la situación que se yergue sobre mí desde mi último gran éxito.
He hablado con los guardias de mi celda: parece que me dejaran ir más a menudo contigo si con ello calmo mis ansias de alejarme de los largos trayectos de la celda al hábitat de mis amadas mascotas. No creas que ignoro que para ti es difícil también verme: es por ello que hago este esfuerzo.
Pronto volveremos a estar juntos como antes. Pronto podremos pasar el día mirándonos el uno al otro como solíamos hacer, disfrutando en silencio el maravilloso lienzo siempre sin acabar que vemos en el otro.
~ Ludwig.
20/03/2005
Hoy… Soy feliz
Ha pasado tan poco tiempo desde que empezamos este pequeño viaje: cambiar mi cuerpo, trascender la carne humana, trabajar para genios capaces de cosas que yo creía imposibles. Ha sido una odisea increíble, y está lejos de terminar.
Sé que usualmente las cartas son extensas plastas de texto con cosas intrascendentes, pues se ve mal usar solo una o dos hojas y enviarla al correo. A mí me da igual, como a ti. Ambos amamos la prontitud. Es por ello que solicité formalmente que vengas a vivir conmigo en mi celda.
¡No te angusties: es cómoda y espaciosa! Desde que trabajo de cuidador y colaboro con otros de mi talla intelectual (un placer sin precedentes, lo admito), me han brindado libertades con las que algunos solo sueñan.
He tomado esta decisión porque no sabía que enviarían conmigo a un guardia para nuestros encuentros, y comparto el mismo sentimiento de incomodidad mientras nos mira en nuestro ritual. Esa mirada cargada con desconcierto que da lugar a la ignorancia fingida es… Insultante. En nuestra celda nadie nos verá (al menos que lo sepamos). Podremos hacerlo siempre que queramos.
Hoy deberían traerte, así que esta carta es un poco tonta. Espero dártela cuando llegues: una muestra de amor infantil para variar.
Voy a arreglarme para ti. Hoy por fin podremos disfrutar el uno del otro con total libertad.
~ Ludwig
Hombre… Ya no era un hombre, pero tampoco un Chort. Era superior. Sí, lo era. Con eso en mente dejó la pluma en la mesa, examinando la hoja con detenimiento. Unas cuantas manchas de tinta por allá y por acá pero sabía que a su amado no le importaba, igual que a él. Era satisfactorio. Tanto como sentir la arena bajo tus pies, o el fino tacto de la piel bajo una capa de seda: sin dudas un recuerdo entrañable. Todo lo relacionado con su amado le generaba esa sensación.
A pesar de haber escrito que se iba a arreglar, ya lo estaba, pero había que mantener cierto teatro. Todavía no entendía esos compendios sociales, como mentirle a tus conocidos sobre el golf y pretender que tus interlocutores se lo están creyendo. La gente era rara. Por suerte él y su amado participaban de buena ganada en ese teatro, sabiendo que el telón y el escenario eran falsos. Reírse y jugar con él era una maravilla irremplazable. Saber que ahora sería algo diario… Imposible de describir con su vocabulario.
Dejó la hoja en la mesa. Luego la sellaría para enviarla al correo. Estaba ansioso por la respuesta, aunque es probable que tardara unos días en llegar.
Caminó a su robusta cama, dispuesto a reflexionar para que el tiempo pasara de forma rápida: esperar a su amado sería una tortura inhumana. Prefería que la sorpresa lo sacara de su ensimismamiento. Pero, como de costumbre, la vida tiene poco interés por tus planes. La puerta se abrió de par en par y un par de guardias entraron con su amado completamente tapado por un velo.
Su corazón galopó como si corriera de una demonibestia, solo que era la dicha y felicidad lo que lo impulsaban, no el miedo. Se levantó de inmediato pero no sé acercó a los guardias. Eran unos mequetrefes que se tomaban mal hasta los bostezos. Esperó, paciente, a que dejaran a su amado antes de irse.
Habían pasado ochenta años desde la última vez que se habían visto con tanta intimidad. Tantos años de verse de forma furtiva, como amados de dos familias con una profunda rivalidad. Se negaba a esperar más.
Decidido, se acercó al espejo y le quitó la manta que lo cubría.
—Amado mío… Ese velo te hizo ver cómo la primera vez que nos casamos —le dijo sonriendo, bobalicón, al reflejo.